Nos levantamos a tomar desayuno, hacer maletas y tomamos el metro para dejar las maletas en la custodia de la estación.
Empezamos nuestro recorrido bordeando el Sena, camino a Notredame. Vimos la gran iglesia en la isla y recorrimos su interior. Lo que llama la atención de todas estas iglesias en Europa es el tamaño, grandes espacios interiores, exteriores sumamente detallados, altos techos, altares ultra nutridos y en los alrededores pequeñas capillas y altares.
Seguimos camino hacia el Louvre, con un alto para comer unas ensaladas con queso (pucha que son ricos los quesos acá). El museo es enorme, una mezcla perfecta (a mi parecer) entre pasado (las obras de arte y el exterior de los edificios) y presente (las entradas y halls de acceso a cada exposición) con las piramides de vidrio, escaleras, cafeterias, todo en perfecto estado.
Recorrimos el Jardin de las Tuleries hasta la Place de la Concorde donde comimos crêpes: mi papá de jamón con queso (insisto, los quesos la mataron pa' buenos) y yo con chocolate (weeeno).
De ahí un recorrido por calles de ropa, todo carísimo y cuando llegó el cansancio nos fuimos a la Gare D'Austerlitz a esperar tren a Madrid.
Resumen: lo mejor son las areas verdes enormes, como canchas de futbol en mitad de la ciudad. Las grandes estructuras ultra decoradas.
La gente pareciera que no hablara, sino que susurrara (quizás no es pa tanto pero el cambio del bullicio del metro italiano a la paz del francés).
Y por algo es la ciudad de la luz... de noche es otro mundo totalmente distinto, donde se respira arte, belleza...
Dije que soy un enamorado de esta ciudad... puede que en este texto no logre explicar el porqué, pero créanme que tiene magia, y como el amor, no se puede explicar.
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